Vivir en una ciudad con el carácter y la historia de Ferrol es un orgullo, pero también implica una responsabilidad, sobre todo cuando se trata de mantener la estética de tu hogar. La puerta de entrada de mi casa, una construcción con varias décadas a sus espaldas en el barrio de Canido, había visto pasar demasiados inviernos. La madera, hinchada por la humedad y descolorida por el sol, pedía a gritos una jubilación. Así comenzó mi misión: encontrar una puerta de exterior que no solo fuera segura y aislante, sino que también respetara la esencia de mi fachada.
Mi primer impulso, como el de muchos hoy en día, fue buscar en internet. Sin embargo, pronto me di cuenta de que una puerta de exterior no es algo que se pueda comprar a la ligera con un simple clic. Necesitaba ver los materiales, sentir el peso, apreciar los acabados y, sobre todo, recibir un buen asesoramiento. Decidí que la mejor opción era recorrer las opciones que me ofrecía Ferrol y su comarca.
Empecé mi ruta por los polígonos industriales, visitando grandes superficies de bricolaje. Allí encontré una gran variedad de modelos estándar, principalmente de PVC y metal, a precios competitivos. Aunque prácticas, sentía que a la mayoría les faltaba alma, ese toque artesanal que buscaba para mi casa. Quería algo que dijera «bienvenido» con la calidez que solo ciertos materiales pueden ofrecer.
Mi búsqueda me llevó entonces a explorar carpinterías más tradicionales y tiendas de puertas exterior en Ferrol. Fue en uno de estos negocios familiares donde realmente encontré lo que necesitaba. El dueño, un carpintero con manos sabias y una vida dedicada a la madera, me escuchó con paciencia. Le hablé de la necesidad de un buen aislamiento contra el viento y la lluvia, tan persistentes en nuestra tierra, y de mi deseo de mantener un estilo clásico pero con un toque renovado.
Me mostró diferentes tipos de madera tratada para exterior, desde el pino al iroko, explicándome las ventajas de cada una. Pude ver catálogos, muestras de herrajes y acabados. Al final, me decidí por una puerta de madera maciza con un diseño sencillo, un pequeño ventanuco de doble cristal para dejar pasar la luz y una cerradura de seguridad de tres puntos. El presupuesto era superior al de las grandes superficies, pero la calidad y la promesa de una instalación a medida lo justificaban plenamente.
Semanas después, ver la nueva puerta instalada fue una satisfacción inmensa. Encajaba a la perfección, no solo en el marco, sino en el espíritu de la casa. La compra en Ferrol, apostando por el comercio local y el saber hacer de sus profesionales, no solo había resuelto una necesidad práctica; había añadido valor y carácter a mi hogar.